miércoles, 3 de noviembre de 2010

Un consultor

Querido amigo:
La consultoría había sido un puro delirio desde primera hora de la mañana, pues al día siguiente vencía el plazo para entregar unos informes al juzgado. Previendo que el trabajo se prolongara hasta bien entrada la madrugada, el jefe de equipo se concedió media hora para almorzar con su esposa. Aquella mañana desayunando, él había prometido que comerían juntos al mediodía.
Ella siempre se lamentaba del poco tiempo que el trabajo de él les brindaba; y confesaba que, a menudo, se sentía muy sola. Él siempre prometía que pronto buscaría un empleo más tranquilo, y que pasarían todas las tardes juntos. Pero nunca llegaba el momento propicio para dejar la consultoría.
Al verla aguardándole en el portal del alto edificio de oficinas, el consultor se sintió feliz. Se besaron, se cogieron de la mano, y se dirigieron sin hablar hacia un restaurante cercano. Mientras tomaban el primer plato, ella empezó a contarle que había conocido a un hombre...
El experimentado ejecutivo sintió que le abandonaban las fuerzas. Su móvil sonó sobre la mesa, y él apenas se movió, escuchando a su esposa con el corazón en vilo.
Tras los postres, salieron muy abrazados del restaurante, y estuvieron paseando por un parque vecino. Sobraban las palabras. La esposa sonreía como sólo una mujer madura puede hacerlo, después de captar la mirada furtiva de un hombre, prueba incontestable de que aún conserva su atractivo.
De vuelta en la consultoría, el director le llamó a su despacho. Hacía más de dos horas que faltaba, y no había contestado a ninguna de las múltiples llamadas que le habían hecho. -Váyase de aquí ahora mismo, porque está usted despedido-, culminó, severo, el director.
-Me da igual-, respondió el consultor, encongiéndose de hombros. Dejó el móvil encima del escritorio del director, se dió media vuelta y se marchó. Los demás consultores se sonreían por lo bajo al verle abandonar la oficina. Luego, volvían a agachar las cabezas ante los ordenadores, sin dejar de teclear compulsivamente.
El consultor se iba feliz; su corazón brincando de contento, pues bailaba al ritmo de las últimas palabras que su esposa le dijera al terminar el postre: ...buen provecho, amor mío.
Un abrazo

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ojalá los finales fueran siempre tan felices. ¡Muy buen relato! (Tengo una dudilla sobre el argumento que ya me explicarás...)

Besos,

Una astrofísica por el mundo dijo...

cambio de tercio... me ha gustado :-)

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