Querido amigo:
Te pido disculpas de antemano, pero hoy te voy a contar algo sobre mí. Mejor dicho, te hablaré de mi abuela.
Cuando los seres amados parten, nos dejan muchos recuerdos. Sin embargo, hay memorias que no se alteran, tan intensas, siempre vivas, nítidas en el alma... De entre tantos momentos juntos, sólo nos quedan esos instantes, pocos instantes que definen un ser, inolvidables...
A finales de agosto de 1998 viajé a Nancy, al noreste de Francia, para comenzar mi último año universitario. Por primera vez en mi vida me separaba tanto tiempo de mi familia.
En Nancy me instalé en una residencia, a dos pasos de la escuela universitaria, junto a otros amigos y compañeros de estudios. Durante las primeras semanas, hubimos de correr de aquí para allá para abonar un rosario sin fin de facturas: la fianza de la residencia, el seguro para la habitación, la matrícula de la universidad, libros de texto, el permiso de residencia de la gendarmería, etc... Además de otras gestiones para las cuáles poco me ayudaba mi escaso nivel de francés de entonces. Al principio, las clases se nos hacían especialmente duras.
El primer sábado de septiembre, la delegación de alumnos de la escuela celebró una gran fiesta de inauguración del curso escolar, a la que fuimos invitados todos los estudiantes foráneos. A la mañana siguiente, me sentía a morir. Aquel domingo me lo pasé recorriendo las calles y parques de Nancy, bajo un cielo gris plomizo. Al caer la tarde, telefoneé a casa, como cada domingo. Enseguida me notaron la tristeza en la voz. Finalmente, tras haber intercambiado breves diálagos con todos -pues corría el contador-, escuché la voz de la abuela.
Para aquella época, la abuela ya manifestaba síntomas de una incipiente falta de memoria que terminaría por socavar los últimos años de su vida. Sin embargo, al sentir el primer temblor en mi voz, la abuela me instó a henchirme de valor. ¡Coraje! ¡Coraje! ¡Nada de lágrimas! ¡Mira que me voy allí si hace falta!
Aquello me despertó la primera sonrisa del día... Frisando los ochenta ¡la abuela se iba a presentar en Nancy! Me tragué el nudo que me atenazaba la garganta, y desterré la tristeza de mi corazón durante los meses que seguirían hasta regresar a casa con los estudios terminados.
Así era mi abuela, amigo mío.
Un abrazo
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4 comentarios:
pues tu abuela era una gran mujer, y de algún modo pervive en tu recuerdo
Javi, por favor, no pidas disculpas por contar algo tuyo, de hecho, ¡te sale genial! Preciosa anécdota.
Un beso enorme,
Qué malos son los domingos lejos de casa... y cómo se contagia la fuerza de quienes nos quieren en la distancia!! :-)
Cuantos recuerdos con la abuela, que momentos, tuvimos suerte de conocerla.
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