sábado, 24 de diciembre de 2011

Otro cuento de Navidad

Querido amigo:

Vivo de un bar que me traspasaron hace años en la calle Montera de Madrid. Ya te imaginarás quiénes forman la mayor parte de mi clientela. Después de tantos años sirviéndoles cafés con leche, bollos suizos, copas de coñac... las conozco a todas.

En Montera no importa el invierno o el verano, pues todas las noches del año son gélidas. No importa cuánto azúcar lleve el café, todas las mañanas son amargas. La felicidad parece haberse olvidado de las musas de esta calle. Muchas de estas hadas perdidas me han confiado sus historias; porque todas poseen una historia que las ha arrastrado hasta aquí. Ellas desahogan sus miserias y yo las escucho con todo el alma. Por conocer las vueltas que da la vida, cuando a veces alguna turista despistada entra al establecimiento y las mira con desprecio al descubrirlas en algún rincón, con el rostro maquillado para ocultar las ojeras y el cansancio; le sirvo una tónica a la turista, mirándola y pensando para mis adentros... ¡no te imaginas lo fácil que la vida puede arrojarte aquí!

Aquella fría tarde de invierno, sólo la Clarís trabajaba, y pausaba los sorbitos de un café con leche muy cargado, muy cargado, porque la noche prometía ser larga. La Clarís tenía entonces treinta y pocos, pues aquella vida la había envejecido mucho. La habían abandonado al nacer y se había criado en un orfanato, de donde salió para malvivir de trabajo en trabajo, pasando de mano a mano de hombres con muy poca humanidad, hasta acabar con en la Montera. Tal vez porque no tenía a nadie en el mundo, trabajó aquella noche.

Yo había empezado a fregar porque pensaba echar el cierre tan pronto se despidiera la Clarís. La familia me esperaba para cenar juntos. Entonces, pasó un joven y pidió una Coca Cola. Me extrañó que alguien anduviera por estos andurriales a estas horas, y mucho más que se sentara a darle palique a la Clarís; a decir verdad, el joven no tenía pinta de putero, no se parecía a los clientes habituales. Me intrigaba tanto, que puse la oreja con disimulo mientras barría el local.

- Hola. ¿Tienes plan para esta noche? - dijo el joven. Clarís no estaba muy charlatana. - ¿No te espera nadie? - continuó el muchacho, y la Clarís no sabía si decir que sí o decir que no, tan raro le parecía aquel tipo.

- Escucha - insistió el joven ante el desconcierto de la Clarís - creo que tenemos más en común de lo que piensas... Yo quisiera contarte una historia... -. La Clarís evitaba mirarle, sin responderle, como invitándole a que la dejara tranquila y se marchara. - Clarís -, dijo el chico - la noche del 4 de abril de 1977 ¿te dice algo? -. Al oír aquello, la Clarís miró al desconocido. - Tú naciste aquella noche ¿verdad, Laura? -. Se hizo un largo silencio, roto tan sólo por la musiquilla de premio de la máquina tragaperras.

- Mira Laura, he venido a invitarte a pasar esta noche conmigo-.

Al oír la proposición que le hacía aquel extraño a la Clarís, y barruntando que la charla podía extenderse más de lo debido, o que podían enrollarse en mi bar y tirarme allí hasta las tantas de sujetavelas, me apresuré a decirles que pagaran, que iba a cerrar.

- ¿Tan temprano? -, preguntó la Clarís. - Hoy es Nochebuena, Clarís -, respondí.

De aquello han pasado cinco años y hasta hoy no he vuelto a ver a la Clarís. Apenas la he reconocido. Se presentó a última hora de la tarde, y la confundí con alguna turista despistada. Pidió un café con leche muy cargado. Se lo serví y me puse a fregar, porque también hoy me esperaban en casa para cenar.

- Hoy voy a cenar con mi hermano mellizo y su familia, pero antes quería pasarme por aquí para darte las gracias. - empezó a decir. Como se dió cuenta de que no la había reconocido, continuó hablando con cierto halo misterioso.

- Hace unos minutos una señora me ha dado un guante que se me había caído en el metro, sin que yo me hubiera dado cuenta. Casi lloré cuando me sonrió tendiéndomelo. Hace unos años esa señora me hubiera despreciado... Todo el mundo me despreciaba... Todos menos tú, porque tú fuiste la única persona que me escuchó. -

Entonces supe quién era... - ¡la Clarís! -, exclamé.

- Sí, la Clarís. Ahora me vuelven a llamar Laura, desde aquella noche en que mi hermano me encontró en este bar, después de haberme buscado toda su vida. Pero ahora que he vuelto a tu bar, creo que algo de la Clarís aún vive en mi, una brasa sin consumir que me calienta el corazón y se aviva en las noches de frío, cuando miro caer la nieve desde ventana del despacho donde trabajo en un banco. ¿Qué te debo por el café? -

- Estás invitada -.

- ¿No cierras ya? -

- Iba a esperar por si alguna de éstas necesita un último café. ¿Por qué lo dices...? -

- Porque hoy es Nochebuena-.

Un abrazo

lunes, 14 de noviembre de 2011

El capítulo perdido de Pasternak

Querido amigo:

Hace tiempo que leí la maravillosa novela de Boris Pasternak, "Doctor Zhivago". Eché de menos entonces un capítulo. ¿Cómo era posible que una obra tan extensa -que describe tan minuciosamente las ocultas entrañas del ser humano- se olvidara de un capítulo?

Efectivamente, falta la conversión del utópico Pavel Pavlovich Antipov, alias Pasha, en el inhumano y frío Strelnikov. En la novela, el joven marido de la protagonista Lara desaparece un buen día sin despedirse. Pasha abandona a su esposa y a su hija para alistarse en el ejército del Zar y combatir a los alemanes (la acción transcurre durante la I Guerra Mundial). El muchacho sufre una crisis existencial que le sume en una profunda depresión.

Había estudiado la obra de los autores anarquistas y marxistas, abrigando sueños de un mundo mejor...; y había acabado como maestro de escuela de una remota ciudad siberiana, junto a una esposa a la que amaba con dolorosa angustia.

Muerto ya en vida, el utópico Pasha opta por suicidarse, mas le falta el valor para quitarse la vida y concibe la idea de dejarse morir por el fuego enemigo. Alistarse al ejército le otorgaría, al menos, el beneficio de la duda ante sus seres amados: ¿huyó y abandonó a su esposa, o sintió la llamada de defender a su país con su propia sangre? En caso de caer ante las balas alemanas, siempre podrían evocarle como a un héroe... Y así lo deja entrever Pasternak cuando narra la explosión de una granada junto al desventurado maestro.

Desde aquel episodio, el lector sigue la novela convencido de la muerte del pobre Pasha en acto de guerra. La sorpresa llegará unos capítulos más adelante, durante el largo viaje en tren por las heladas estepas que separan Moscú de Varikino, poco después de estallar la Revolución de Octubre de 1916. El tren se detiene a cambiar de locomotora en medio de una noche muy oscura, y el Doctor Zhivago se apea de uno de los vagones para llenarse los pulmones del tibio aire primaveral. Al alejarse del tren, se ve rodeado de partisanos, que le conducen hasta su caudillo, Strelnikov.

El utópico marido de Lara se ha convertido ya en un cruel bolchevique, temido por sus propios hombres, capaz de los crímenes más atroces en nombre de la Revolución. ¿Pero dónde murió el utópico para nacer el asesino? ¿O es que el utópico nunca murió? ¿No será que el destino del delirante utópico desembocaba en el indiferente y sanguinario bolchevique, que despreciaba la vida y la libertad con la que tantas veces había soñado, para imponer con brutalidad un mundo mejor?

¿Cómo el raquítico Pasha doblegó a los rudos partisanos y devino en su cabecilla? Éste es el capítulo que echo de menos en Doctor Zhivago. Quiero creer que Pasternak pudo haberlo escrito, pero que se extravió a lo largo de las vicisitudes que sufrió el manuscrito. Tal vez fuera mejor así... Tal vez debamos seguir creyendo que Pasha se transformó en un asesino impío porque su corazón se había secado de amor; o que la explosión de la granada le hundió en un profundo sueño del que nació el bolchevique; o que la frustación de no sentirse digno de Lara le empujó a demostrar su valor, sembrando el terror y el odio a su paso...

Tal vez, el sabio Pasternak no quiso descorazonar a los utópicos que terminaran leyendo su apasionada novela; no quiso romper sus sueños, mostrándoles a un Pasha desengañado ante los añicos de su sueño de libertad... vengándose de la cruel broma de la vida. Tal vez el propio Pasternak se asustó al descubrir en su imaginación que la utopía culminaba en la muerte del utópico, y tiñó sus letras de luto por la juventud perdida, ahogada en sueños imposibles, incapaz de aceptar una realidad que le superaba.

¿Quién sabe? Tal vez Pasternak dejó en blanco un capítulo, encomendándolo a la pluma de algún utópico del futuro que hubiera rozado, aunque fuera sólo instante, el sueño imposible del malogrado Pasha. ¿Seré yo? ¿Serás tú, querido amigo?

Un abrazo

domingo, 13 de noviembre de 2011

Perros y niños

Querido amigo:

Ayer por la tarde, al esperar al ir a cruzar un paso de peatones, pasó delante de nosotros un auto con un perro en el asiento trasero. El canino iba sentado muy tieso, con el hocico orgulloso, la mirada altiva; muy, muy digno. En el asiento delantero, su dueño adoptaba la misma pose de honorabilidad.

Aquel perro gozaba de un excelente sentido del humor. ¡Qué ironía tan fina! Cuesta creer que un animalico así pueda sorprendernos con tal magistral imitación de su dueño. Aquel perro no imitaba a su dueño porque le idolatrara o deseara parecerse a él, sino para hacerle objeto de una sutil burla, como cuando algún niño imita a alguno de nuestros respetables políticos, ahuecando la voz e hinchando el pecho, con esa ridícula vanidad tan característica de nuestros queridos representantes.

Hasta los niños y los perros comprenden el esperpento aparejado a un conductor de un pequeño utilitario que se salta un semáforo mirando con desdén a los atónitos peatones, como si creyera que los demás no se mueven en auto porque no pudieran comprarse uno; como si el conducir le hiciera a uno más importante que a los demás y le licenciara para saltarse las normas viales.

Igualmente, qué clarividencia la de las chanzas infantiles sobre esos políticos nuestros que parecen creer que merecen privilegios frente al pueblo que los elige para defender los intereses públicos; visto lo visto cómo se pavonean en los actos oficiales, y el semblante grave que adoptan al hablar por los celulares que paga el herario público, o al montar en los cohces oficiales... ¡como si fuera una vergüenza indigna de sus posiciones el uso del transporte público!

¡Qué listos son los niños y los perros!

Un abrazo

martes, 1 de noviembre de 2011

Para aclarar ideas

Querido amigo:

Dicen que la población mundial ya alcanza los 7.000 millones de seres humanos. Teniendo en cuenta que aún hay países donde las autoridades reconocen que buena parte de su población no se ha censado, parece evidente que hace tiempo se debió rebasar la cifra de 7.000 millones (7.000.000.000 personas).

Esas personas, probablemente millones, de las cuáles se olvidan los censos, viven en condiciones de mucha necesidad. Mientras tanto, las portadas de los periódicos de Occidente siembran la alarma ante la crisis financiera; crisis que, ineluctablemente, terminará por agravar la ya misérrima situación de los "olvidados".

¿Cómo vamos a salir adelante, ahora que sumamos más de 7.000 millones, con lo que da el planeta? Los recursos de la Tierra son los que son, pero cada día hay más necesidades.

La Humanidad se lleva planteando este dilema desde hace milenios: administrar la riqueza de la Naturaleza para sobrevivir. Fruto de esta reflexión surgió la agricultura, la pesca, la minería, la ganadería..., y también el egoísmo, el odio y la guerra. Efectivamente, los más fuertes no pensaron en proteger a los más débiles, sino en exterminarlos para quedarse con todo.

La Historia ha registrado muchos seísmos, o conflictos bélicos. Muchos de ellos se desencadenaron por motivos religiosos, pero aún con eso, todos comparten en común el ansia por dominar los recursos naturales necesarios para sobrevivir.

La Historia ha vivido también épocas de florecimiento y esplendor, siempre, siempre asociadas a un progreso espiritual y racional en el que se ponderaba la solidaridad frente al egoísmo secular. Recordamos el final del feudalismo, en el que una reducida aristocracia explotaba a una vasta masa de vasallos. Se evolucionó hacia una sociedad más solidaria, que admistraba más ecuánimemente la riqueza.

Fue en aquel tiempo cuando nació el Capitalismo, como sistema que impulsa el intercambio entre sociedades, un sistema con una base matemática que conduce al equilibrio social, porque a todo pone precio y a todo da valor. Al menos, en la teoría, porque la realidad es que el instinto de acumulación de riqueza del ser humano (motivado quizás, por 30.000 años de hambre y precariedad) pronto distorsionó el pretendido equilibrio, generándose grandes fortunas y generalizadas miserias.

Bien, los seres humanos nos dimos cuenta entonces, en el siglo XV, que el sistema capitalista no funcionaba correctamente, pues se había convertido en un pseudo-feudalismo. La Humanidad sigue evolucionando, y desde la Revolución Francesa empieza a hablarse de derechos civiles, igualdad ante la ley, etc... conceptos más relacionados con la solidaridad que con el egoísmo. La Humanidad, entonces, experimenta una nueva época de progreso.

No me extenderé más en anotaciones históricas, sólo quería concluir en que la solidaridad, y no el egoísmo, ha hecho progresar a las sociedades humanas. La solidaridad es rentable a largo plazo, mientras que el egoísmo puede resultar rentable a corto plazo, pero a la larga fracasa.

¿Cuándo nos predisponemos a la solidaridad? ¿Cuándo anteponemos la solidaridad al egoísmo? Está bien claro, cuando no nos faltan nuestras necesidades, empezamos a pensar en solidaridad con los más desfavorecidos. Luego la solidaridad brota espontáneamente cuando hay prosperidad... No exactamente. El exceso de bonanza económica aniquila la solidaridad (dice el aforismo "cuanto más tengo, más quiero"); la acumulación de riqueza no es solidaria, en absoluto. Por tanto, se deduce algo que las teorías económicas no aciertan a expresar en fórmulas matemáticas: que la solidaridad surge cuando sin ser pobres, no somos excesivamente ricos.

¿Dónde está el equilibrio? Cada uno de nosotros debiera responder a esta pregunta... ¿Cuándo considero que no soy pobre, porque mis necesidades están cubiertas, y siento en mí brotar un espíritu de solidaridad con mis congéneres en aras de construir una sociedad mejor? ¡Qué difícil respuesta! Si no sabemos respondernos a nosotros mismos, el Estado diseñará un sistema fiscal que responda por nosotros. Claro, que no hay que esperar que la solidaridad que el Estado exige de nosotros en forma de impuestos agrade a todos.

Un sistema que permite la excesiva acumulación de riqueza y la propagación de la pobreza no es válido. Se trata de la situación actual, en la que los Gobiernos democráticos se enfrentan a la creación de fortunas descomunales, mientras que el desempleo y la pobreza hacen mella en la sociedad, y con ellos, la insolidaridad. Es curioso, cuando habíamos alcanzado la bonanza necesaria para construir una sociedad solidaria, el egoísmo vuelve a ganar la batalla (mercados financieros) y la sociedad se empobrece, entrando en el círculo vicioso pobreza-insolidaridad.

Las sociedades más vulnerables a las crisis económicas (hoy en día, en el sur de la Unión Europea) son las más insolidarias.

No hemos aprendido la lección todavía. Aún hay quienes pregonan un Capitalismo sin reglas, que se autogobierne y autoequilibre; desdeñando los hechos, que las pocas épocas de progreso experimentadas en la Historia de la Humanidad han estado ligadas a la solidaridad.

Un abrazo

domingo, 30 de octubre de 2011

Suspiros de España

Querido amigo:

A mediados de 1824, un coche de caballos cruzó el paso fronterizo de Hendaya. En el coche viajaba un hombre enfermo, cansado, triste y decepcionado, camino del exilio. Había partido de Madrid unos días atrás. Durante toda la travesía, la aguda mirada de aquel anciano no había cejado de empaparse del paisaje español. Se despedía de las hondas llanuras castellanas, surcadas de predios de trigo donde se doblaban los abnegados campesinos; de los fértiles montes de las Vascongadas, donde pastoreaban sus rebaños los paisanos; de la villa de San Sebastián, en cuya playa faenaban los sufridos pescadores...

Aquel viejo había nacido hacía 78 años en una remota aldea del Bajo Aragón, tierra de secano y miseria. Su talento artístico le había llevado de la pobreza a los salones de la Corte. Luego estalló la guerra, y sus ojos hubieron de ser testigos de la brutalidad del ser humano, mas aún cabía lugar para la esperanza, siempre y cuando al horror sucediera una sociedad elevada, ilustrada, impregnada de los valores de la Razón y desprendida del rancio ostracismo secular de la religión. Aquel anciano rememoró los sueños que había alentado con sus amigos liberales; sueños llenos de libertad y humanismo...

A mediados de 1824, Francisco de Goya y Lucientes, natural de Fuendetodos (Zaragoza) y pintor de cámara de la Corte, se exiliaba a Burdeos (Francia), mientras el rey Fernando VII rompía en añicos los sueños de una España moderna. Junto al pintor se marchaba también lo mejor de la España de la época, que quedaba así a merced de la mediocridad más putrefacta y sórdida que hubiera conocido nuestra Historia hasta entonces.

Algo más de un siglo después, en abril de 1939, miles de españoles abandonaban España por el mismo paso fronterizo de Hendaya. Al igual que Goya, se exiliaban enfermos, cansados, tristes y decepcionados, con los sueños rotos. Al igual que Goya habían nacido en la pobreza, y habían asistido al primer atisbo de modernización que brillara en España desde que llegara al trono el nefando Fernando VII, quien sumiera a la nación en un atraso con respecto al resto de vecinos europeos cuyas consecuencias aún se sentían latentes.

La II República había sido derrocada, y con ella los sueños de una sociedad cultivada, justa, libre y sin complejos. A mediados de 1939, partían con el corazón destrozado los mejores de los mejores que había dado nuestra Historia: intelectuales, científicos, artistas, juristas, ingenieros, etc...; entegando España a la oscura mediocridad, a caciques egoístas y egocéntricos que proseguirían la abyecta obra de Fernando VII (y herederos) de retrasar a la nación con respecto al resto de vecinos europeos.

Han transcurrido 72 años desde entonces, y los aeropuertos internacionales de España despiden a la generación mejor preparada de la España de todos los tiempos. Asimismo, como Goya y los ilustrados, como los republicanos, los jóvenes españoles se marchan cansados, tristes y decepcionados, con los sueños rotos. Desde las aulas universitarias habían abrigado un futuro de esperanza y promesas que no se han cumplido. Abandonan España porque en ella siguen gobernando la mediocridad y la ignonimia, la avidez y la desvergüenza, el egoísmo y el egocentrismo... Dejan el país en manos de una sociedad civil altamente corrupta, en la que los arribistas, los lameculos y los enchufados hacen carrera, en la que se propugna la pereza y la falta de escrupulos, en la que la mentira campea a sus anchas... Una vez más, los mejores de los mejores se van, y queda lo peor de lo peor, lo más podrido.

Un abrazo

viernes, 28 de octubre de 2011

Para Victor Frankl

Querido amigo:

Hará ya algún tiempo de todo esto. Un amigo mío no pasaba por un buen momento de ánimo, todo le parecía un sinsentido y sin visos de mejorar, por lo que propuse salir a tomar unos vinos por el Madrid antiguo.

Nos recorrimos la Cava Baja desde la Plaza de San Andrés hasta Puerta Cerrada, de chato de vino en chato de vino, la mejor de las terapias para que las amarguras liberen el espíritu de sus contradicciones. Mi amigo trabaja en una consultoría muy prestigiosa, de esas que por dinero justifican los atrevidos tejemanejes de los jerifaltes de las grandes empresas. Mi amigo trabaja de sol a sol, siempre hasta las tantas, y a veces incluso fines de semana.

Brillante estudiante, esperaba altas ambiciones de la vida, mas el destino le había arrojado al ostracismo, y ahí estaba... hecho un guiñapo, atrapado en la apatía. Le sugerí que podía buscarse empleo en otro lugar, pero mi amigo se irritó, porque no quería oír ni hablar del tema: ¡Cualquier cambio significaría una renuncia! Además ¿adónde iba a ir él si no sabía hacer otra cosa? Que si perdería su prestigio, que si cobraría menos, etc...

De pasarse la vida entera en la oficina, al cabo de los años mi amigo había ido olvidando sus aficiones, sus intereses culturales, literarios y artísticos que forjaran nuestra amistad tiempo atrás. Mi amigo se había ido insensibilizando ante los afectos ajenos, quedándose solo poco a poco. Le acuciaba una ansiedad tal, que se había quedado impávido tras el despido fulminante de un compañero, sin pensar que quizás, por un error sin relevancia, él mismo podría ser el próximo. Incluso había perdido el interés por las mujeres...

Ante una tapa de tortilla española, me contó cómo últimamente soñaba con hacer deporte, o con asistir a una de mis funciones de teatro; soñaba en sus cortas noches (pues nunca podía acostarse antes de medianoche y nunca se levantaba más allá de las seis de la mañana) con el tiempo libre de que carecía, para estrellarse al despertar con la dura realidad, una agotadora jornada laboral. Me confesó que se pasaba largas horas ante el ordenador, y que muchas veces, su mente volaba hacia aquellos felices días del teatro, cuando enriquecía el espíritu con los grandes clásicos.

Ante tal rosario de penas, casi no podía reconocer al amigo inteligente y animado que prometía un futuro brillante. La gota que había colmado el vaso, me refirió apurando un Rioja, fue una mueca que su gerente había realizado después de hojear un informe en el que llevaba trabajando, noche y día, desde hacía un mes. Podía soportar los agravios propios de una oficina muy competitiva, en la que se cruzaban palabras más o menos violentas, en la que se hería por herir... pero aquella mueca... aquella mueca de indiferencia... aquella mueca que revelaba un infinito desprecio por su trabajo... Los ojos de mi amigo se humedecieron, los labios fruncidos, la mano le temblaba... Estaba acabado y creía no poder esperar nada del avenir.

Se me ocurrió ir a tomar algo a la azotea de la Casa de Granada. Al llegar, mi amigo se mostró muy animado, sorprendiéndome con inusitadas palabras de esperanza. Pensé que los vinos que nos habíamos tomado debían ir obrando su halagador efecto. Sin embargo, mi amigo me descubrió el milagro que acababa de metamorfosear su paupérrimo estado de ánimo. Al pasar junto a la puerta trasera de la colegiata de San Isidro, mi amigo sintió que una mujer le decía: "Que tenga usted mucha suerte en la vida".

Yo, personalmente, no recuerdo haber escuchado a ninguna mujer, por lo que aún tengo mis dudas de si mi amigo, en su desesperación, confundió alguna conversación ajena. Sea como fuere, mi amigo confió plenamente en aquel advenedizo augurio y se despidió de mi de muy buen humor.

Unas semanas más tarde me llamó para contarme que le habían despedido. En absoluto se sentía deprimido, tan fuerte palpitaba en él la convicción de que la buena suerte le aguardaba. Mi amigo no profesa ninguna fe religiosa, nunca se ha pronunciado al respecto, pero paradójicamente creía ciegamente en que le esperaba la buena suerte.

Desde entonces ha perdido ya varios trabajos, todos ellos de lo más variopinto. Entró en un despacho jurídico, en una asesoría fiscal,... y harto de ejercer de abogado, se arruinó con un teatro de barrio (del que algún día os hablaré), hasta echarse por los caminos como cómico de la legua; persiguiendo su buena suerte con una sonrisa en el corazón, y la firme esperanza depositada en el pueblo siguiente, porque una mujer que salió de ninguna parte le bendijo con palabras de fuego y libertad cuando su alma nadaba en un mar de llanto, hace ya algún tiempo, en una estrecha callejuela de Madrid.

Un abrazo

sábado, 22 de octubre de 2011

La energía y el cerebro

Querido amigo:

Tomando café con Arancha, me contó cómo de vez en cuando soñaba que le llamaban de la universidad porque se había olvidado de cursar y aprobar algunas asignaturas de la carrera. Aquel sueño se repetía en sus noches con cierta frecuencia desde que terminara sus estudios hace ya algunos años, coincidiendo con etapas de estrés o ansiedad.

El cerebro humano simplifica la realidad que nos rodea y la clasifica con emociones. Por ejemplo: la ansiedad que experimentamos antes de un examen queda grabada en algún lugar de nuestro cerebro; si en el futuro atravesamos una época de ansiedad (por razones de trabajo, de pareja, de salud, etc... ), el cerebro reconoce esa emoción y recupera los recuerdos latentes asociados con esa emoción concreta, por lo que soñamos con experiencias pasadas que nos provocaron tal emoción.

De la misma manera, si pronunciamos la palabra alegría, el cerebro rescatará automáticamente recuerdos alegres. Resulta revelador realizar la experiencia de concentrarse en palabras que estimulan el cerebro: felicidad, júbilo, belleza, risa, fiesta, euforia, carcajada, etc... El ejercicio de encadenar palabras asociadas con una emoción puede activar el cerebro, liberando energía que nos induzca esa emoción.

Esto de la liberación de energía no tiene nada que ver con ninguna filosofía oriental, ni mucho menos. Los seres vivos nos alimentamos y sobrevivimos gracias a la transformación de la energía de los alimentos. Cuando nos falta energía, nos sentimos hambrientos y cansados.

El cerebro regula el balance energético del cuerpo humano. Toda actividad humana conlleva un consumo energético. Correr, andar o solucionar un sudoku. Tras varias horas de estudio concentrado, los estudiantes sienten haber consumido grandes dosis de energía, porque pensar gasta mucha energía.

El cerebro procura guiar nuestras apetencias a través de las emociones, porque se encarga de administrar nuestra energía. De esta manera, inspira la pereza antes de ir al gimnasio, donde quemaremos bastantes calorías; inspira divagaciones sin sentido que impiden concentrarse en resolver un problema, porque las divagaciones no consumen tanta energía como el acto de reflexionar; el cerebro nos incita a adoptar hábitos que ahorren la energía de pensar o improvisar.

Desde tiempos inmemoriales, los seres humanos hemos empleado sustancias que catalizan la liberación de energía. La cafeína de un café o la nicotina de un cigarrillo aceleran la liberación de energía, por lo que después de beber café o fumar, sentimos mayor claridad de ideas. Si consumimos mucha energía de manera muy concentrada, después de tomar café o fumar, luego nos sentiremos más cansados. Deducimos entonces que necesitamos comer algo, beber más café o fumar otro cigarrillo, para recuperar el balance energético.

Si tenemos presente, entonces, que todos nuestros actos y hasta pensamientos, consumen energía, podemos intentar conducirnos de manera más eficiente en nuestras vidas, reservando las energías para aquellas actividades que más exijan y recuperándolas mediante la alimentación cuando sea necesario mantener el balance energético.

Retomando el asunto de la reflexión, parece un hecho que el cerebro asocia la realidad con emociones, y que éstas consumen energía. Por tanto, los pensamientos pueden liberar energía. Pensamientos como tristeza, amargura, ansiedad, estrés, miedo, pánico, tétrico, putrefacto, etc... también liberan energía, pero en este caso ésta nos daña.

Pensemos en felicidad y alegría, que siempre nos ayudará a llevar una vida mejor.

Un abrazo

sábado, 8 de octubre de 2011

El ladrón de sentimientos

Querido amigo:

Todas las noches de plenilunio me dejo caer por el local de jazz que hay al principio de la calle Moratín, en el corazón del Madrid literario. No pocas de mis historias surgieron al calor del buen blues y de un Bloody Mary bien cargado, en medio de una noche en blanco donde, ya no las musas de la fantasía, sino hasta los propios sueños me habían dejado huérfano.

Aquella noche volvía de una sesión tardía de cine, sumido en profundos pensamientos. Al pasar por el bar de jazz me asaltó una corazonada, y me dejé arrastrar una vez más en sus misterios. Mi intuición no me había traicionado: en un rincón, Fernando y Óscar departían de la vida, del mundo y de cuanto de apócrifo puede brotar del ingenio humano. Nos saludamos con la alegría que nace de encontrar a los amigos en una ciudad donde tanta gente se pierde todos los días. Fernando y Óscar siempre beben mojitos en el bar de jazz, y yo pedí mi Bloody Mary.

Al cabo de un rato de animada charla, tal vez un par de horas rápidas como un suspiro, el vodka me distrajo de la conversación... En la mesa de al lado había una pareja, a la que apenas distinguía entre las nubes de tabaco que navegaban por el local, pero cuyas palabras me llegaban con nitidez al oído siempre que el volumen del blues aflojaba.

Ella abría sus más íntimos sentimientos al muchacho, que escuchaba con la mirada fija en ella, como si nada en el mundo existiera más importante en aquel preciso instante que los sinuosos laberintos por los que ella le conducía. No obstante, por lo que deduje entre blues y blues, aquella pareja acababa de conocerse aquella misma noche en aquel bar, aunque pareciera que llevaban años compartiendo caipiriñas.

Comprendo, querido amigo, que puedas dudar de mi discreción. No está bien escuchar a hurtadillas, pero la curiosidad se apodera de mi y me siento incapaz de no satisfacerla. Yo soy de esos que se agachan a recoger una postal hecha pedazos en el suelo, de esos que lee las dedicatorias de los libros antiguos en los puestos de la cuesta de Moyano... Escuché, entonces, a aquella pareja...

Los mismos desvelos de siempre... Nada nuevo. Siempre idénticas dudas, de generación en generación... Cuitas de ésas del alma que pensamos que nadie puede comprender; de ésas que padecieron nuestros padres y, años antes, siglos antes, nuestros abuelos, bisabuelos, tatarabuelos... Dolores del corazón que no osamos compartir con nadie, salvo un desconocido que se presenta con una caipiriña para liberarnos de nuestra soledad.

El tipo atendía, como digo, con toda la sensibilidad que exigían las confesiones de aquella desconocida. Entonces, no sabría explicarlo, aquel muchacho hizo un gesto que le delató ante mi aturdida mirada... ¡era un ladrón de sentimientos!

¿Que qué es un ladrón de sentimientos? Alguien que no desearías encontrarte en tu camino. Alguien en quien confías desde el primer instante, como si sintieras que le conoces desde hace mucho tiempo, y que parece comprender y compartir todos tus sentimientos.... de manera que abres ingenuamente tu corazón y liberas aquella historia que tanto te hace sufrir... Y crees haberte enamorado de la "única" persona en el mundo capaz de comprenderte con tanta profundidad... Y esperas que el ladrón de sentimientos te corresponda con su propia historia, pero no... no cuenta nada. Entonces, sigues abriendo tu corazón más y más, invitándole con tu confianza a que el ladrón de sentimientos abra su corazón... Pero nada.

Al despuntar el alba, Óscar y Fernando seguían recomponiendo el mundo, y yo no podía abastraerme de cuanto acaecía en la mesa de al lado. Al término de la velada, aquella desconocida sonreía como si se hubiera quitado cien años de encima. ¡Pobrecilla! Se despidieron, prometiendo volver a encontrarse en la misma mesa una semana más tarde...

Una semana más tarde, volví al local de jazz y ocupé la mesa de siempre, en el rincón de siempre, reservándome el mejor sitio para descubrir el final de esta historia. Al rayar la medianoche, apareció ella y se sentó en la mesa de al lado, muy cerca de mi; tanto que podía oler su fragancia llamada Ilusión.

Pasaron las horas... La una, las dos, las tres,... y ella seguía sola. Cuando el ladrón de sentimientos entró en el local, pasó por delante de ella como si no la hubiese reconocido, como si no la hubiera visto nunca, como si no conociese sus secretos más privados. Le acompañaba una mujer de mirada melancólica; su próxima víctima.

Aquella noche, la muchacha que se sentaba a mi lado, fumó ausente su último pitillo y se levantó cansada, como si a sus espaldas hubieran arrojado todas las penas de las que se desembarazara una semana antes; vacía y sin ilusión, mientras un blues de acero le traspasaba hasta el último rincón de su alma.

Un abrazo

domingo, 18 de septiembre de 2011

La antigua Casa Antonio

Querido amigo:

¿Quién no tiene a un gallego o a un asturiano de vecino? En verdad que Madrid se convirtió hace ya muchos años en patria adoptiva de unos y otros. Su huella queda impresa en tabernas y restaurantes, veros templos del buen beber y mejor comer. En estos matan la nostalgia generaciones enteras de norteños, entre culetes de sidra y tazones de ribeiro.

Siempre que voy a los cines de la plaza de Benavente acostumbro a pasarme luego a refrescar la garganta en una tabernilla próxima a la Plaza Mayor, decorada con escenas castizas sobre sus azulejos originales; con artesonado de madera en la techumbre y una hermosa barra de plomo. La tabernera habla con marcado "acentu asturianu", y acompaña las cañas, tiradas con esmero, con generosas tapas.

Cierta noche, ya muy tarde, presencié una curiosa y entrañable escena. Irrumpió en la taberna un paisano con bigote, muy bien trajeado. Apenas le vio la tabernera, le saludó con familiaridad: ¡Cuánto tiempo sin dejarse caer por aquí! ¿Cómo está Tinín?

El tal Tinín ya llevaba alguna copilla encima y comenzó a darse aires de "asturianu, asturianísimu" ante la sorprendida parroquia. Vino a vino iba desgranando todo un repertorio de jotas y coplas que recordaba de cuando rondaba las romerías en sus años mozos... Y se picó con la tabernera para ver quién se acordaba de más gente de "allá arriba": al Pedrín de Granda, al Monu de Laviana, a la Morocha del hórreo...

¡Soy dueño de media Braña! ¡Tengo vacas en el Cantu y el Flechón! ¡Más de una todavía me persigue por el Pensieru! ¡Tengo hijos desde la Turba al Zoregonín! ¡Me cagüen...! ¡Esos "jos de puta" del Sañil, que malos son!

Al cabo de una hora se había formado un tupido corro de "paisanus" alrededor del Tinín, que bebía y bebía cada vez más... ¡Que nadie saque dinero! - bramó fieramente - ¡Hoy invito yo! ¡Aquí en Madrid, mientras Tinín Parrondo esté presente, ningún paisano paga!

En fin, que fue una velada memorable. Tinín se despidió cantando "Asturias, patria querida" y prometiendo volver tan pronto arreglara unos asuntos por la Legaña.

El caso es que una semana más tarde, me topé con Tinín mendigando a la puerta de una iglesia de Carabanchel. No me reconoció, claro está, pese a que en el delirio de su cogorza me prometiera amistad eterna. Por curiosidad, entré en la iglesia para informarme sobre su situación. El sacristán me contó que el pobre Constantino pedía desde hacía más de veinte años, y que tiraba adelante gracias a la caridad sorda de los vecinos del barrio.

Al salir de la iglesia, dejé caer 50 euros con disimulo junto a Tinín. Al volver la esquina me giré para observarle con el rabillo del ojo. Tinín descubrió el billete y tras mirar a uno y otro lado en busca de alguien a quien se le pudiera haber caído, se lo echó al bolsillo.

Aquella misma noche volvió el gran Tinín, trajeado y perfumado, con su hidalgo bigote, cargado de copas, a la taberna de los azulejos castizos. Y al menos por una noche más, el pobre Constantino volvió a soñar que era el potentado Tinín Parrondo, gloria de la Braña y de la Legaña, que regresaba para, tal y como había prometido, invitar a cualquier "paisanu" que se cruzara en su camino.

Un abrazu

domingo, 4 de septiembre de 2011

Madrid

Querido amigo:

Hace tiempo que decidí que me iba a reinventar la ciudad de Madrid. Hasta aquel momento, la villa y corte se me había antojado un lugar hostil, desarraigado y falto de calidad de vida. Soñaba con retirarme a vivir a un lugar más tranquilo, alejado de los atascos, la contaminación y el personal frívolo y deshumanizado... ¡Qué equivocado estaba!

Cierta noche de agosto se me apareció el duende madrileño entre las calles de Santa Isabel y de Santa Inés. Yo batía retirada después de una intensa sesión cinematográfica en el cine Doré. El reloj del convento de Santa Isabel anunciaba la medianoche, y la calle lucía desierta y en silencio. Cada campanada dejaba detrás un silencio místico; la brisilla nocturna mecía mis ropas; los sueños flotaban desde las dormidas alcobas que se asomaban a la calle. En medio de esa atmósfera mágica el duende me salió al paso, ataviado con su traje multicultural. Un cachirulo al cuello, una chapela vasca, una gaita gallega, una chaqueta rociera, una faja payesa, una botella de sidra, una espada toledana...

Con el tiempo he llegado a comprender la esperpéntica indumentaria del duende, repleta de guiños de cualquier región española, pues este espíritu madrileño posee de todas ellas un poco, ya que de todas ellas se nutre y erige. Tal vez por ello se cuenta que nadie se siente forastero en Madrid, porque no importa de donde se venga, la ciudad rinde un nostálgico tributo a la patria de cada cuál, al tiempo que le envuelve y arropa con su cálido mantón de Manila. Madrid, por ello, es y será siempre hogar adoptivo de cualquier español, pues a nadie le faltará en sus calles, avenidas, plazas, parques, cines, teatros, museos, facultades, oficinas, estaciones, bares, ... un paisano con quien recordar y brindar por el terruño donde se entierran sus raíces.

Tras aquella visión tan especial, opté por apostatar de mis antiguas y caducas quejas, e inventarme un Madrid propio, a medida de mi fantasía; mi castizo y tierno, rebelde y secreto, libre y literario Madrid. Desde aquella noche me sumerjo por los barrios en busca de historias de paisanos de aquí y allá, palomicas que de tanto levantar el vuelo se alejaron tanto de sus nidos que no supieron volver luego.

Un abrazo

domingo, 28 de agosto de 2011

Nador

Querido amigo:

Hay ciudades para perderse, en las que el visitante se encuentra a sí mismo. Yo me perdí en Nador, pero me perdí por completo, y no me encontré a mí mismo.

Nador, para quien no lo sepa, crece y crece a 15 km de la ciudad española de Melilla.

Llegué a Nador pensando que me aguardaban las mil y una noches fabulosas de la que tanto se jactan los reclamos turísticos marroquíes. En absoluto. Nador se asemeja a una enorme mole de cemento, sin apenas sombras donde guarecerse del árido sol norteafricano, extremadamente contaminada, extremadamente caótica y ruidosa, extremadamente sucia... Nador, la lánguida y apática ciudad del Rif, sin monumentos, sin museos, sin cines, sin teatros, sin nada que reivindique el interés del viajero.

Nador se alza a orillas de un enorme lago de agua salada, alimentado por el Mediterráneo. Un lago donde flota la basura, recorrido por un paseo marítimo con agradables pretensiones, pero extremadamente sucio. Cada tarde, al caer el sol, los nadoríes atestan el paseo. Buscan la brisa que les haga olvidar el riguroso calor de la jornada.

Al amanecer, sin embargo, el paseo aparece desierto, cubierto por un manto de cáscaras de pipas y envoltorios, recuerdo del desprecio que los nadoríes tributan a la limpieza de sus calles y paseos. A esas horas me paseaba yo, intentando buscar algo que me inspirase.

Infructuoso intento. Mi imaginación se había agotado. Nada en la ciudad me transmitía un mínimo sentimiento literario. Una ciudad que podría llamarse Nada en lugar de Nador. "Nador", tal vez, significa algo más que la nada.

Al final del paseo marítimo se encuentran unas pistas deportivas junto a un parque infantil. reconozco que conforman el único lugar tranquilo de la ciudad, ya que el ruido del tráfico y la contaminación no alcanzan hasta allí.

Paseando junto a ellas me encontraba, intentando buscar pensamientos útiles, cuando escuché el trotecillo de un burrico que tiraba de una carro con fruta. Un niño de unos diez años dirigía desde el destartalado pescante de la carreta. Al llegar al parque detuvo al burrico, se apeó y se fue corriendo a columpiarse. Se impulsaba hacia las alturas como si quisiera escaparse de la ciudad volando. Al cabo de un par de minutos, descubrió mi presencia en la lejanía.

Saltó del columpio y volvió lentamente a su carro, como el hecho de que yo le observara le hubiera estrellado contra la realidad. Seguí el trotecillo del gracioso burro hasta que se perdieron de vista en una curva. Comprendí que Nador nada más tenía que ofrecerme.

Volví al hotel atravesando la manzana de casas españolas que junto a la iglesia recuerdan que esta ciudad de cientos de miles de habitantes fue hasta hace muy pocos años un pueblo de cuatro casas. Muchas de estas casas se encuentran en ruinas y despiden hedores nauseabundos porque los vecinos acostumbran a arrojar en ellas su basura.

Han pasado tres semanas y aún permanezco bajo el hechizo amargo de Nador. Es decir, que he perdido la imaginación ¿será posible? Debo confesar que también conservo gratos recuerdos de mi estancia allí. Los dulces, los pescados frescos, las gentes amables y obsequiosas, las mezquitas... , con sus esbeltos minaretes... El colorido de las chilabas, la soledad del paseo... Y un té a la menta junto a las páginas de un buen libro.

Un abrazo

sábado, 2 de julio de 2011

Los pulpos en la historia

Querido amigo:

El XII Congreso Mundial de Medicina que se celebró en Londres en la primavera del año 1900 reunió a los más eminentes doctores de los cinco continentes. A lo largo de dos intensas semanas de trabajo se anunciaron importantes descubrimientos, pero el más fascinante de todos tuvo lugar cuando el doctor Polveiro de La Coruña se dirigió a los pocos colegas que habían madrugado para asistir a su ponencia aquel sábado por la mañana y, con gracia y desparpajo, colocó un pozal de agua en la tribuna.

El doctor Polveiro se había especializado en los males de la mente, ya que en su Galicia natal podía tratar con lo más tronado del mundo entero. Pobre como una rata, el buen Polveiro había empeñado su casa para sufragarse la travesía hasta Londres y demás gastos desu estancia en el congreso. ¡El médico más prestigioso de España en la miseria!

Nada más saludar a la escasa audiencia, Polveiro olvidó sus chaladuras y extrajo un pulpo del cubo. La atónita concurrencia supo entonces que, tras millones de años de vida en la Tierra, no sólo la especie humana había evolucionado hacia una inteligencia superior, también los octópodos. El pulpo se llamaba Sabidiño. Explicó cómo los pulpos habían colonizado todos los océanos desde hacía millones de años; cómo habían convivido con los extinguidos dinosaurios, mucho antes de que las primeras conciencias humanas despertaran de entre los simios. El doctor Polveiro traducía a Sabidiño mientras la sala comenzaba a llenarse de público, tan rápido había corrido la primicia de que un pulpo se encontraba dando una conferencia.

En resumen, damas y caballeros, la inteligencia de los pulpos supera con creces a la humana por el sólo hecho de que la aventaja en varios millones de años de evolución. A continuación, Sabidiño resolvió complejos problemas matemáticos para evidenciar su prodigiosa capacidad intelectual.

La relación de los Octópodos con la Humanidad se remontaba varios siglos atrás. Ya Platón humedecía su pluma en la tinta de su pulpo Paraspópelas, que le acompañaba noche y día en una jofaina. A la muerte del sabio Paraspópelas, Platón quedó bajo la tutoría de Octocópulos, quien años más tarde acompañó a Aristóteles en las largas campañas de Alejandro Magno. Octocópulos siempre tachó de sanguinario y retrógrado al joven emperador macedonio, quien acabó dictando sacrificar al venerable e incómodo pulpo, jurando que se lo comería "á feira" con pimentón indio y aceite de oliva griego, símbolos gastronómicos de su vasto imperio.

Más astuto y sagaz que el emperador, Octocópulos logró huir de la hirviente cacerola con ayuda de Aristóteles, quien aseguró a Alejandro que nada debía temer, pues el pulpo había sido ejecutado y arrojado al río. Un año más tarde, Octocópulos ahogó traicioneramente a Alejandro mientras éste se bañaba tranquilamente en el río. Desde aquel momento, los súbditos de Macedonia se rebelaron contra sus pulpos y se desencadenó el primer Octopodicio de la historia. Los pulpos que sobrevivieron se refugiaron en Oriente Próximo. Siglos atrás, los pulpos habían asistido a Moisés y su pueblo para cruzar las aguas del Mar Rojo, en gratitud de lo cuál los judíos prohibieron en sus leyes, ya no sólo la ingestión de pulpos, sino de toda suerte de marisco.

Expulsados los pulpos de Europa, la incipiente Cristiandad se vió desposeída de su valiosa y ancestral sabiduría, y acabó sumida en una Edad Media de doce siglos, época oscura y brutal que proscribió todo atisbo de progreso.

El doctor Polveiro aseguró que habían pasado ya muchos años desde el trágico asesinato de Alejandro. Los pulpos habían pagado con creces aquel magnicidio, salpicando nuestros platos y nuestras fiestas con su tierna y sabrosa carne. Tantos siglos habían pasado que los seres humanos habían olvidado que en los pulpos habían tenido consejeros sabios y leales, y no sólo suculentas delicias culinarias. El siglo XX prometía inaugurar una era de paz y concordia en la Humanidad ¿no había llegado el momento de reconciliarse también con los pulpos?

A raíz del descubrimiento del doctor Polveiro durante el XII Congreso Mundial de Medicina de Londres, y asombrados ante el hallazgo que desmentía todos los libros de historia hasta entonces editados, los hombres y los pulpos restablecieron sus olvidadas relaciones. Se incorporó la figura inviolable del pulpo a la carta de derechos universales, catalogándose de delito la pesca, cocimiento y degustación de los octópodos.

Los inteligentes pulpos recuperaron su lugar en la sociedad humana. Pronto se patentaron ingenios que facilitaron la comunicación entre pulpos y humanos. Los pulpos accedieron a puestos en la administración, como catedráticos en las universidades, en los laboratorios de investigación, en los consejos de ministros, etc... Hasta hubo algún pulpo que alcanzó el trono de España, aunque desde la sombra y con suma discreción. Sólo asó podemos enorgullecernos de aquellos años de esplendor y fecundidad en los predios de las ciencias y las artes.

Durante la I Guerra Mundial las potencias aliadas hicieron valer su superioridad gracias al inestimable apoyo de los octópodos, seres pacíficos y bien intencionados, que aborrecían todo totalitarismo, como en su día Octocópulos condenando las matanzas de Alejandro Magno.

Al término de la II Guerra, los exhaustos aliados encontraron huellas de pulpos en el búnker de Berlín. ¡Quién sino las superiores inteligencias arias de los pulpos podían haber guiado al pueblo alemán en su malhadada deriva bélica! Apenas 45 años había durado la amistad con los pulpos, pues estos taimados seres habían vuelto a traicionar a la humanidad. Durante los juicios de Nuremberg, miles de pulpos arrestados por colaborar con los nazis se juzgaron en una piscina vecina del Tribunal Internacional. Tantos había que desbordaban la piscina.

En otros países del mundo, los pulpos huyeron y abandonaron con sigilo sus hogares, temerosos de un nuevo Octopodicio a gran escala. Desde entonces, se restauraron las leyes que permitían la pesca de pulpos, que volvieron a formar parte de nuestra dieta.

No obstante, los servicios de inteligencia sospecharon que los pulpos no habían abandonado del todo a los hombres. Sin pruebas que los sustenten, corrieron verosímiles rumores de que Gandhi no se separaba jamás de un pulpo llamado Tentaculastra. Otro tanto se dijo de John Lenon con su pulpo Porrero, cuando compuso su célebre balada "Imagine". La CIA dispone de un completo archivo donde se registran insignes pulpos clandestinos. En dicha lista figuran personalidades tan distinguidas como Dalí, Mao o Felipe González. Incluso se han descubierto fotografías de Marylin con un pulpo, si bien la calidad de las mismas inducen a pensar que pueda tratarse de un montaje.

En 2010, durante la Copa del Mundo de fútbol, el pulpo Pot acertó cuantas quinielas le sometieron, deslumbrando de nuevo a la humanidad. Meses después del Mundial, falleció en circunstancias desconocidas. Circulan teorías conspirativas que insinúan que Pot no esta muerto; que el féretro de ocho brazos que se paseó por las abarrotadas calles de Múnich no contenía sus restos mortales; y que Pot vive en una paradisíaca isla junto a otros mitos desaparecidos, como Elvis o Al Capone.

Rumores o certezas, deseo tributar un emocionado homenaje al doctor Polveiro, una de las figuras más egregias de la psiquiatría mundial, cuyos días acabaron en una celda acolchada acondicionada para él en el acuario de La Coruña. Él hubiera deseado que prosperara la amistad entre pulpos y humanos, seres vivos en resumen, de la cuál nacerá, tal vez en un futuro próximo, una nueva concordia mundial, una era de perpetuo progreso donde las generaciones venideras destierren el pimentón y la sal gorda para sustituirlos por millones de años de sabia y fecunda tinta.

Un abrazo

domingo, 26 de junio de 2011

Tres amigos

Estimado amigo:

Los tres amigos habían concertado pasar un fin de semana juntos en la casa de campo de uno de ellos. Su amistad sobrevivía desde los tempranos años de guardería. Ahora, se reencontrarían tras casi diez años sin verse. Sus vidas habían evolucionado de forma muy distinta.

Marco había destacado en las finanzas y residía en Londres, donde ocupaba un buen cargo en un banco. Se presentó conduciendo un modelo deportivo, acompañado de su novia inglesa. Ambos vestían de marca, sin sacrificar detalle alguno al mediocre gusto.

Tomás dirigía el departamento de ingeniería de una gran multinacional. Se había casado nada más acabar los estudios con María, su novia de toda la vida. Ya tenían tres hijos, que habían logrado repartir entre los abuelos para poder acudir a la cita con los amigos. Tomás y María llegaron en un monovolúmen lleno de juguetes y muñecos.

Marco y Tomás, con sus respectivas parejas, se preguntaban en qué lugar viviría Javier, el tercer y último amigo. Javier no acabó sus estudios, por lo que malvivía de la escritura, arte que siempre profesó desde que tenía uso de razón y aprendió a hablar. Se había retirado a vivir a un pueblo del corazón de Castilla, rodeado de montañas y salvajes bosques. Con lo poco que ingresaba con sus artículos, sus comedias y sus cuentos, se pasaba buena parte del día restaurando una casa de pueblo, que desde que murieron sus abuelos hacía treinta años, había permanecido cerrada. Allí vivía, rodeado de vigas descubiertas, sacos de yeso y cemento, tejas, ladrillos y silencio, sobre todo silencio, para poder escuchar a la inspiración.

Los invitados llegaron a casa de Javier, que hubo de disimular al sorprender la mueca de disgusto que desfiguró la sonrisa artificial de la inglesa al ver el estado semiruinoso de la casa. Sólo lo notó Javier, sensible por naturaleza hasta a los gestos más sutiles e imperceptibles.

Los tres amigos se fundieron en un largo y sentido abrazo. Tenían muchas cosas que contarse, aunque Tomás y María no se despegaran del móvil. El pueblo, que tenía quince vecinos y un bar, carecía de cobertura, por lo que los cuatro invitados se sintieron algo desconcertados, y la ansiedad comenzó a apoderarse de ellos conforme pasaban las horas.

Cenaron una barbacoa al aire libre. Javier había comprado un lechal recién sacrificado, que se deshacía en la boca. No obstante, sobró mucha cantidad porque los invitados se limitaron a probar las chuleticas, preocupados por engordar y perder en una cena la línea que tantas horas de gimnasio y privaciones culinarias les había costado mantener.

Bajo un cielo estrellado, se enfrascaron en una curiosa conversación. El vino de la tierra despegó los labios y sinceró los corazones.

Las campanas de la ermita del pueblo tañeron lánguidamente, mecidas por el viento. En aquel rincón de la Castilla profunda, parecían no haber superado la Edad media, pensaba la inglesa mientras paladeba su tinto.

María se olvidó por unos instantes de sus tres retoños, y recordó en voz alta los siete pecados capitales de la iglesia medieval: Lujuria, Pereza, Gula, Ira, Envidia, Avaricia y Soberbia.

Marco el financiero opinaba que los tiempos habían progresado y que aquellos siete pecados que amenazaban a los ancestros, carecían de sentido en el presente. ¿Lujuria? Todo programa televisivo que se precie, toda publicidad exalta la lujuria. ¿Pereza y Avaricia? Vivimos en los tiempos del enriquecimiento rápido y sin esfuerzo. ¿Gula? Tenemos las neveras repletas de alimentos que caducan porque no los consumimos para no engordar. ¿Ira y Soberbia?

Javier intervino en este lance. ¿Ira y Soberbia? ¡Cómo no experimentar la ira ante el mundo que nos acabs de describir! ¿Soberbia? La de esos pelanas que de la noche a la mañana se ven con un móvil de empresa, se engominan el pelo y apostatan de sus dignos y humildes orígenes para codearse con lo más "pijo" de la alta sociedad.

Se hizo un silencio tras las duras palabras de Javier. Tomás, que no se había dado por aludido, terció reconociendo que el progreso se cobraba siempre un precio y que no sólo había que destacar lo negativo, si no ensalzar lo bueno de nuestra época.

La inglesa, que no había cejado de quejarse en silencio ante Marco por las incomodidades de aquella casa, instándole a poner una excusa y largarse al día siguiente a primera hora, confesó contar con sus propios pecados capitales, a saber: llevar calcetines blancos con zapatos ¡el sursum corda del mal gusto! La heterosexualidad, ir a misa, engordar, casarse, un móvil del año pasado y vivir de alquiler.

Tomás recogió las perneras del pantalón para evitar que se vieran sus calcetines blancos. María enrojeció al confesarse que asistía a misa los domingos, si bien tenía tantas preocupaciones en la cabeza que siempre se distraía del sermón. La conservadora pareja rió las ocurrencias de la inglesa, enmascarando sus heridos "egos" y confensando ser "pecadores" con una mal fingido sentido del humor. Aquella británica engreída se burlaba de ellos por haber formado una familia y haber criado panza o por creer en Dios. La hipoteca que pagaban por un piso en un buen barrio de Madrid no les permitía vestirse mejor, ni cambiarse de coche o de móvil cada dos por tres... ¡qué se creía esa pija sin moral ni valores!

Javier volvió a tomar la palabra. ¿Sabéis cuáles son los pecados capitales de hoy en día? En realidad, más que pecados, son actitudes que impiden el progreso y la convivencia... A saber: la frivolidad, el conformismo, la imagen, el derroche, la infidelidad, la hipocresía y, sobre todo, el miedo. ¿La frivolidad? Me mortifica la indiferencia de la "gente bien" ante las injusticias del mundo. ¿El conformismo? Rechazo que no sea pecado el pensar que el mundo no puede mejorar. El egoísmo asociado a pensar que cada cuál se apañe con sus problemas mientras a mi no me toquen lo mío. ¿La imagen? Esas clínicas de estética, ese "qué diran" siempre amenazando nuestra intimidad. ¿El derroche? ¿La infidelidad? Campean a sus anchas, desgraciadamente, en nuestros días. ¿La hipocresía? Es la religión de la gentuza. ¿El miedo? De ese pecado no nos salvamos ninguno, pues todos somos unos malditos cobardes.

Javier continuó su incómoda perorata. Bajo las piedras de nuestro pasado escucho gritar las ánimas de aquellos que murieron sin sentido... a hierro y fuego... Claman a que luchemos por un mundo mejor, más humano, donde el respeto y la dignidad no se compren ni vendan con dinero, ni dependan del color de la piel ni de las creencias... Y si para alcanzar la humanidad, hemos de evolucionar y olvidar tradiciones, costumbres elitistas, nacionalismos y pasiones... El mundo lo agradecerá... Tenemos una responsabilidad, nosotros afortunados frente a quienes no lo son tanto, frente a aquellos cuyo único pecado consiste en "nacer y sobrevivir".

¿Quién te crees que eres Javier? preguntó el financiero .Yo te lo diré. Eres un iluso...

No, Marco, no soy un iluso. Me atacas porque represento el mayor enemigo para ese cenagal tuyo de finanzas y avaricia... Soy un Utópico.

Los tres ex amigos se despidieron aquella misma noche. Las parejas regresaron a Madrid y, sufriendo la soledad bajo un infinito estrellado, el joven Utópico se entregó a sus sueños pacíficos, pero peligrosos, sueños que se vivirán reales antes del fin de los tiempos, recordándole a los humanos que la grandeza de su condición vulnerable y "pecadora" no conoce límites.

Un abrazo

viernes, 24 de junio de 2011

Un trébol

Estimado amigo:

Mi nieta acaba de cumplir seis añicos. Desde que aprendió a dar sus primeros pasos me acompaña casi todas las tardes a pasear por el campo. La pequeña gusta de escuchar mis cuentos y fábulas. Yo alimento su fantasía y ella me contagia su vitalidad, su alegría, ya que a su lado me siento rejuvenecer y olvido los achaques que mis muchos años me cargan sobre los huesos.

Desde que le conté la historia del duende de la suerte, a mi nieta se le metió en la cabeza encontrar un trébol de cuatro hojas. La criaturica se revolcaba por los verdes pastos primaverales en busca de la plantica de la fortuna.

¡Abelo ven! - me grita desde un predio. Me sigue llamando abelo como cuando era muy pequeña. ¡Qué bien me conoce! ¡Sabe que no puedo resistirme a su abelo! Así que salto la cerca del prado y me uno a ella en su infatigable búsqueda del imposible trébol. Al final, acabo subiéndomela sobre los hombros y, a caballito, regresamos cantando a casa.

Esta tarde se ha armado un gran revuelo en el pueblo, porque la nena ha encontrado un verdadero trébol de cuatro hojas. ¡Abelo, abelo! ¡He encontrado uno! ¡Un trébol de cuatro hojas! - me gritó emocionada.

A ver, hija, a ver... Efectivamente, un trébol de cuatro hojas. Déja que lo examine... A veces, la lluvia arrastra las hojas sueltas de los tréboles y alguna de éstas se queda pegada en otro trébol, provocando la ilusión de que éste posee cuatro hojas. Pasé el dedo por encima y me quedé pasmado, porque aquel trébol verdaderamente poseía cuatro hojas.

¿Dónde lo has encontrado, bonica? - le pregunté. La niña me indicó con el dedo. Ahí, en la tapia de la fábrica de papá. Me quedé blanco de la sorpresa. Inmediatamente tomé a la niña de la mano y eché a correr hacia el pueblo. ¿Me dará suerte el trébol, abelo? No supe contestarle...

El pueblo entero recoge sus enseres y abandonan sus casas, temerosos de una desgracia porque mi nieta, de seis años, ha hallado un trébol de cuatro hojas junto a la tapia del lugar donde trabaja su padre, ... ¡la central nuclear!

Un abrazo

domingo, 19 de junio de 2011

El Tiempo

Querido amigo:

Bienvenido, presintió que le saludaban. Decimos "presintió", por no encontrar otro término más apropiado para describir lo indescriptible... ¿Lo "indescriptible"? Así parece..., lo "indescriptible" se revelaba ante él, o tal vez ella (en este relato, tanto da "él" como "ella"). No podía oír y, sin embargo, presentía nítidamente todos los sonidos del mundo. Tampoco podía ver y, no obstante, todo presentía ver. En resumen, se hallaba en un estado indefinido en el que sus cinco sentidos parecían haberse desvanecido mientras que "presentía" cuanto había acaecido, cuanto sucedía y cuanto hubiera de ocurrir. ¿Lo entiendes ahora, lo "indescriptible"?

Ahora lo entiendo todo, todo cobra sentido en mi, presintió que respondía. ¿Respondía? ¿A quién respondía? Al fin te veo cara a cara... Siempre he sabido que estabas ahí.

Siempre, yo soy Siempre, Yo soy Todo. Siempre has estado conmigo y Yo he estado en ti, pues soy el Tiempo.

¿El Tiempo?

Sólo los seres racionales me sienten, mejor dicho me "presienten"... ¿Conoces algún otro ser de la Naturaleza que me "presienta"? Tomemos, por ejemplo, un simio ¿crees que se preocupa por el paso del Tiempo? ¿Siente el Tiempo? El Tiempo surge de la Razón, y en toda la Naturaleza, sólo los seres humanos cuentan con Razón... Aunque no sepáis hacer buen uso de ella.

Entonces, ¿dado que tenemos Razón podemos sentir el Tiempo?

Efectivamente.

¿Quiere decir que el Tiempo reside intrínsecamente en cada persona?

En realidad, el Tiempo reside en la Razón que desarrolla toda persona.

Muy interesante... El Tiempo... ¿Pero qué es el Tiempo?

El Tiempo pasa y los seres humanos apenas tomáis conciencia del mismo. Me denomináis de muchas formas: años-luz, milenio, siglo, década, lustro, año, mes, día, hora, minuto, segundo, etc... Me sentís sólo como el Presente, pues os falta el poder de "presentir" el Pasado y el Futuro, como ahora "presientes".

Es cierto... ¿Qué dimensión tan extraña es esta donde me hallo? El Presente, el Pasado y el Futuro confluyen, y claramente puedo apercibirlos.

¿Dimensión? No hay dimensiones aquí.

No es posible, ¿cómo que no hay dimensiones? Todo tiene sus tres dimensiones: largo, ancho y alto. ¡Cómo si no!

Los pensamientos carecen de forma, no son aprehensibles por los cinco sentidos que los seres humanos habéis identificado. Los pensamientos y los sentimientos no poseen volumen, no se miden en largo, ancho o alto ¿comprendes? No hay materia. La Ciencia de los seres humanos no concibe que pueda existir algo sin materia, sin dimensiones, sin tiempo... Vuestra Ciencia ha acuñado una palabra para describir algo ingrávido, adimensional y atemporal: la Nada.

Por ello muchos han negado tu existencia.

Tú lo has dicho. Al menos han creído que Yo soy la Nada, sólo porque no cabía en sus cálculos.

¡Pero los sentimientos sí existen!

No se miden. Recuerda, los seres humanos sólo habéis sabido moveros en el restringido mundo que aprehendéis a traves de la vista, el oído, el tacto, el gusto y el olfato. ¿Nunca se os ha ocurrido imaginar que contáis con otros sentidos?

¿Quieres decir que los seres humanos podemos observar los sentimientos, los pensamientos de unos y otros?

¡Otra vez con lo mismo! Entiendo que aún razonas dentro de tus limitaciones lingüísticas. "Observar", lo que se dice "observar" los sentimientos de los demás, no podéis, a menos que los artistas traduzcan sus sentimientos en obras reconocibles por los cinco sentidos que conocéis. Sin embargo, con los "sentidos no descubiertos aún", para los que vuestros idiomas aún carecen de vocablos concretos, podéis sentir los sentimientos de los demás.

No entiendo, me he perdido.

¿Nunca has amado a alguién?

Sí.

Entonces, has estado cerca de experimentar el sentimiento de los demás. Te pongo de ejemplo el Amor, porque es el único sentimiento por el que los seres humanos habéis llegado a intuir que disponéis de otros "sentidos" más allá de la vista, oído, tacto, gusto y olfato.

Ahora creo que comprendo. Pero aún tengo dudas.

Nada más fácil. Tan sólo concéntrate en los sentimientos de otro ser humano, quienquiera que tú elijas. Ahora te encuentras conmigo, donde para nada necesitas de tus cinco sentidos (en realidad, ya nunca más los necesitarás), donde sólo puedes usar tus "otros sentidos". Inténtalo.

Él, o ella, se concentró tal y como le indicaba el Tiempo. Enseguida se sintió abrumado por millones de sentimientos.

¡Tranquilo! La primera vez no resulta fácil. Concéntrate en alguien en particular.

Una vez más, probó a concentrarse. Eligió a su padre y, claramente, sintió y comprendió sus sentimientos.

¿Ya lo has sentido? Prueba con tus tataranietos.

No tengo tataranietos, sólo un hijo.

Recuerda que Yo soy el Tiempo, y que en mi reino confluyen Pasado, Presente y Futuro.

No entiendo ¿cómo puedo sentir los sentimientos de alguien que no ha nacido aún?

Porque eres inmortal.

¡Cómo inmortal!

Escucha, te lo traduciré en un concepto físico que entenderás enseguida. ¿Recuerdas la velocidad de la luz?

Sí.

Bueno, pues a mi lado, como Yo soy el Tiempo, también soy la Luz. Es decir, que la Ciencia de los seres humanos se ha acercado mucho a mí cuando, haciendo uso de las matemáticas y la Física, estimó la velocidad de la luz.

Me he perdido, de nuevo.

Presta atención. Imagina que fueras capaz de viajar a la velocidad de la luz. Imagina que pudieras distinguir los fotones de un haz de Luz.

Entonces, él o ella, sintió una fuerte sacudida de energía. Millones de millones de acontecimientos pasaron por él, o por ella.

¡Es increíble! ¡Viajo a través del Tiempo! ¿Es este uno de esos "sentidos por descubrir"?

No, los seres humanos no pueden sentir el Tiempo como tú acabas de sentirlo ahora.

¿Por qué?

Muy sencillo, porque estáis hechos de materia. Si el cerebro humano fuera tan rápido como para captar un fotón, habría de estar hecho de otra materia más resistente. Si el cerebro humano funcionara a la velocidad de la luz, la vida terrestre pasaría en un abrir y cerrar de ojos ¿comprendes?

No.

¡Que el cerebro humano habría de estar compuesto de fotones, de Luz, de Energía, para poder viajar sin masa por el Tiempo y el Espacio!

Entonces, si el cerebro humano no puede experimentar la velocidad de la luz ¿qué acabo de sentir hace un instante?

Me parece que aún no te has percatado de que ya no moras en la Tierra, de que ya no moras en el siglo XXI, de que ya no tienes cuerpo, de que te encuentras en el Tiempo.

¡Pero eso es maravilloso! ¡Ahora comprendo! ¿Estoy soñando?

Siento decirte que no, no estás soñando. Concéntrate en ti mismo.

Él, o ella, presintió entonces una visión de sí mismo. Yacía en medio de una calle atestada de gente. Conforme se concentraba y se acercaba a sí mismo, reconoció las sucias calles de Calcuta por donde solía mendigar un poco de pan. Reconoció a los miles de personas que pasaban por delante de él, desviando la mirada para no verle. Se acercó aún más a sí mismo, hasta reparar en que su cuerpo, rígido, frío y pálido, no respiraba. Entonces, le invadió un terror enorme...

Entonces, si no estoy soñando... Estoy...

Sí, has dejado la vida tal y como la habías conocido hasta ahora, y desde ahora estarás a mi lado, al lado del Tiempo.

¿Y no puedo regresar a la Vida?

Nunca has abandonado la Vida, recuerda que te he dicho que eres inmortal.

Me refiero a volver a la Tierra, a mi cuerpo. ¡Recobrar mis cinco sentidos!

Yo soy el Tiempo, no tú. Para ti y para cualquier ser humano, Yo sólo avanzo en una dirección: del pasado hacia el futuro. Si tú pudieras cambiar la dirección del Tiempo, entonces tú serías Yo.

Así es como un mendigo que murió de hambre por las calles de Calcuta descubrió la atemporalidad e ingravidez de la Vida. Lástima que, como cualquier ser humano desde que el Tiempo es Tiempo, no pueda regresar a desvelar estos insondables misterios a la Humanidad.

Un abrazo

domingo, 12 de junio de 2011

Sin memoria



Querido amigo:


Soy arqueólogo informático. Desde que colapsara la sociedad de la información, me dedico a recorrer los cementerios de material informático en busca de memorias descatalogadas. Algunas de ellas pueden restaurarse y volverse a emplear. Estas memorias tienen un valor incalculable. Pero recapitulemos un poco de historia... ¡La breve historia de la Informática!


Las primeras investigaciones matemáticas sobre códigos y algoritmos tuvieron lugar durante la I Guerra Mundial, con objeto de transmitir mensajes cifrados, imposibles de decodificar por el enemigo. A finales de la II Guerra Mundial, la industria militar ya construía los primeros ordenadores. Se trataba de costosas y primitivas máquinas, tan sencillas en su concepción como aparatosas, pues requerían edificios enteros para albergar una insignificante capacidad de memoria.


A mediados de los años 80 del siglo pasado, la informática empezó a popularizarse, reemplazando a las viejas máquinas de escribir en las oficinas. En los 90, ningún estado del primer mundo carecía de bases de datos informáticas donde almacenar toda la información de sus contribuyentes. Al comenzar el presente siglo, Internet revolucionaba el mundo tal y como se conocía hasta entonces. Los ordenadores personales se contaban por millones en todo el mundo, incluso en los países más pobres. Se diseñaban entonces para que duraran entre 4 y 10 años, tiempo necesario para que la industria informática se reinventase y los equipos quedaran obsoletos.


Los ordenadores agotados se almacenaban en grandes cementerios, de donde los fabricantes se surtían de piezas usadas para reciclar en nuevos modelos.


Hacia 2020, ya nadie cuestionaba que la Humanidad había entrado de lleno en la Era Informática. Se abandonó el papel y la tinta. Todo, absolutamente todo, dependía de ingenios digitales. Fotografías, música, libros, cuadros, el aire climatizado, el ordenador de vuelo, el automóvil, la cirugía, las bibliotecas, las comunicaciones, el transporte, el armamento, etc... hasta la propia identidad y vida de una persona quedaba registrada en una base de datos desde el día de su nacimiento. Pantallas y memorias, robots hasta para las más básicas tareas..., y ni rastro quedaba ya de libros, fotografías, cuadros de papel o tela, ... ni discos, ni instrumentos siquiera...

Sin embargo, aquellos que planearon un futuro computerizado erraron en sus previsones. A mitad del siglo XXI, los metales raros empleados en la fabricación de memorias informáticas empezaron a escasear. En pocos años, toda la sociedad informática colapsó como una torre de naipes. La Humanidad había de enfrentarse a una nueva amenaza: la pérdida de memoria.


En efecto, el agotamiento de los metales raros planteaba enormes retos a la industria informática. No sólo no había metales para almacenar la vida de 10.000 millones de habitantes, sino que la poca memoria que quedaba había de racionarse y administrarse entre todo el planeta.


Los Estados se enzarzaron en terribles disputas diplomáticas para obtener parte del control de la memoria informática existente. Algunos, incluso, amenazaron con declarar la guerra si no se procedía a un reparto ecuánime de la memoria. Los países tecnológicamente más avanzados exigían cuotas de memoria más altas por habitante, para no perder influencia sobre países del tercer mundo, cuyas poblaciones quintuplicaban las de los países ricos; aunque para hacer honor a la verdad, las escasas minas de donde extraían los metales raros, así como la mayoría de las factorías de computadoras del mundo, se encontraban en los países más pobres, donde la mano de obra trabaja todo el día por míseros sueldos.


La disputa no era para menos. Toda la herencia cultural de 10.000 años de Humanidad había sido digitalizada. Toda la vida de las personas había sido digitalizada, desde sus señas de identidad hasta su ficha médica, su expediente académico, judicial, bancario, etc... Quienquiera que careciese de memoria informática perdería todo, TODO. Ni recuerdos familiares, ni acceso a TV o radio, ni pasaporte para desplazarse por el mundo, ni dinero para comprar nada, ni derechos de ninguna clase... Existiría sin existir... porque no constaría en ninguna base de datos, en ningún archivo... Sin pasado, ni presente ni futuro... La memoria informático representaba TODO en la vida de una persona... hasta tal punto, que la Justicia castigaba a criminales y malhechores desterrándoles al olvido total.


Pese a incurrir en gravísimo delito, las clases acaudaladas se movilizaron para adquirir memoria al precio que fuera. Los deshauciados, los pobres de solemnidad, los desesperados podían recaudar pingües sumas vendiendo parte de su memoria a magnates y especuladores. Hay países donde se aplica la pena capital a quien compre o venda su memoria.


Desde hace unos años, surgimos los arqueólogos informáticos. Personas como yo que, al margen de la ley, escudriñamos en los antiguos cementerios informáticos en busca de restos de memoria en buen estado, que poder revender a alto precio. Sin embargo, mi caso dista mucho del de otros arqueólogos. Yo busco memoria para sobrevivir y recuperar mi vida.


Como muchos otros fui víctima de las maquinaciones de políticos sin escrúpulos, siempre sedientos de poder. Tras el colapso de la sociedad informática, se desencadenó una persecución sin cuartel contra todo aquel que poseyera altos conocimientos informáticos. El sistema sólo podía admitir que unas pocas personas en el mundo atesoraran el saber de las redes, los chips y las entrañas que, en resumen, permiten operar y funcionar a una computadora. Todos los demás, sobraban.


De un día para otro me despojaron de mi pasado y de mi identidad. Además, han atentado contra mi en varias ocasiones, por lo que vivo oculto desde hace años, sobreviviendo en la miseria más absoluta. Mas en todos estos años, el hambre, el frío y las calamidades no me han hecho olvidar cuanto sé de ordenadores. Nadie ha podido evitar que me haya convertido en arqueólogo y que, por un golpe de suerte, haya descubierto restos de memoria como para reconstruir una máquina de gran capacidad.


¡He vuelto! Algunos pueden empezar a temblar, porque llevo varios años planeando mi venganza. Vuelvo a vivir con pequeños retales de memorias de miles de orígenes diversos, resultaré prácticamente invisible a quienes intenten darme caza. ¡Yo os daré caza a vosotros! Mi ataque de esta mañana contra los mercados financieros sólo es el comienzo..


Hoy comienza un nuevo orden mundial...


Un abrazo

domingo, 5 de junio de 2011

De compras por Manhattan





Querido amigo:



Aquel día parecía que todo iba a salir mal. Para empezar, me quedé dormido. La víspera me había acostado muy tarde y agotado, olvidándome de programar el despertador.



Las luces de la mañana y el intenso tráfico de primera hora me despertaron. Casi me desmayo al ver la hora... ¡Me estarían esperando en el vestíbulo! Corrí a vestirme, no había tiempo para ducharme. Cuando me calcé los zapatos empecé a sentir una molestia en la planta del pie. Seguramente una chinilla fastidiándome bajo én el calcetín, pero no podía entretenerme.



Salí a escape de la habitación, dejando todo sin recoger. Abajo aguardaba el conductor. Por fortuna, la señora se había demorado durante el desayuno y aparecía ahora, toda elegante y dispuesta a pasarse todo el día de compras por Nueva York. ¡Menos mal, la señora no había notado mi retraso!




Salimos del hotel, la limusina esperaba en la puerta, pero la señora rehusó porque le apetecía pasear. De manera que, sin ducharme, sin desayunar y con una piedra en el zapato torturándome, acompañé a la señora manzana a manzana.


Recorrimos no sé cuántas boutiques, zapaterías y joyerías... ¡La 5ª avenida de arriba a abajo! La señora entraba en un establecimiento y al punto se veía rodeada por los dependientes, ávidos de mostrale sus más preciados diseños. Mientras tanto, un servidor montaba guardia de pie en la entrada, bajo un frío que pelaba.



Una hora, hora y media, y la señora salía toda ufana y me cargaba con las bolsas de sus compras. Luego, otro paseo hasta otra tienda y vuelta a empezar. Para la hora del almuerzo yo ya no era persona, además de que la china del zapato me estaba matando. Podía sentir cómo me sangraba la planta del pie, pero no podía distraerme ni un momento para descalzarme y aliviarme, porque la señora podía requerirme en cualquier instante y, de no encontrarme en mi puesto, me despediría sin contemplaciones.



Estaba claro que aquel no era mi día... Como a la señora le habían ofrecido unos canapés en una de las lujosas boutiques, ella tan obsesionada con adelgazar había perdido el apetito, de modo que me quedaba sin almorzar. Resignado y cargado como una mula, seguí a la señora hasta una zapatería, y otra hora de espera... Y luego una tienda de muebles, y otra de complementos, una relojería, una sombrerería, una galería de arte, otra boutique, y otra, otra... Yo ya no sentía el pie, pues el intenso dolor me trastornaba. La china del zapato me cortaba, me quemaba, me escocía... ¡Dios qué espanto!



Para concluir la jornada comenzó a llover, y me calé hasta los huesos. Al salir de la boutique, la señora me ordenó que parara un taxi para regresar al hotel. Había acumulado tantos paquetes y bolsas, que no había espacio en el taxi para mí y hube de volver a pie bajo la lluvia, tan sólo cinco manzanas. ¡La hubiera matado al oírla! ¡Señor, señor, qué dura es la vida del pobre!



Al llegar al hotel, el botones me dió recado de la señora de que no me moviera del vestíbulo, que había subido a cambiarse en su suite y que partiríamos luego a una recepción en el MoMA. ¡Hija de ...!



El resto de la velada me la pasé de pie en el frío asfalto. El conductor de la limusina me ofreció una taza de café que llevaba en un termo, pero cuando le iba a dar el primer tiento, apareció la señora, extenuada Frank, estoy extenuada... Volvemos al hotel inmediatamente... ¡Ah, Frank, sonríe un poco, te lo ruego, que me avergüenzas con tu gesto de palo delante de mis amistades! ¡Parece que te azoto con un latigo...!



Sí, señora. Disculpe la señora, no se me olvidará sonreír. Como usted mande, señora.



Por supuesto, la señora ya había picoteado algo en el MoMA y no tenía ganas de cenar nada más.



Cuando por fin, en la intimidad de mi habitación, me descalcé el zapato que me había torturado durante 14 horas,... vi caer la maldita chinilla... Fruncí la mirada, creyendo que deliraba por culpa del vacío de mi estómago... ¡No! ¡No podía ser! ¿O sí? En uno de los hoteles más lujosos del planeta y sirviendo a una señora que se había gastado sin pestañear una fortuna en un sólo día, todo podía acaecer y, después de todo, el día podía terminar bien porque de mi zapato se deslizó una piedra brillante que al día siguiente fue tasada en un millón de dólares, capital con el que sobrevivo desde entonces sin volver a haber tenido noticia alguna de la señora.



Un abrazo

sábado, 4 de junio de 2011

Otra historia de Nueva York




Querido amigo:

La esposa del alcalde ejerce de cartera. Todos las tardes comprueba si hallegado alguna carta de Palermo y la lleva personalmente al destinatario. La esposa del alcalde ejerce también de maestra en la escuela, y lee y escribe cartas para los vecinos del pueblo, la mayoría de los cuáles ni saben leer ni escribir.

Esto es Sicilia, a primeros del siglo XX, no hay trabajo para todos y el pueblo ve como sus hijos se embarcan hacia América en busca de una vida mejor. En la isla se quedan los viejos, los holgazanes y la camorra.

Al poco de despedirse de su esposo Lautaro en el puerto de Palermo, María sucumbió a los cortejos del alcalde. En un pueblo tan pequeño todo se sabe, pero tratándose del alcalde conviene más callar. María cuenta a todos que Lautaro le envia dinero desde Nueva York, con el que pronto se ha comprado vestidos nuevos, que ahora parece una gran señora, ella que siempre vivió como una desgraciada.

A la esposa del alcalde, como gestiona el correo de todo el pueblo, bien le consta que Lautaro no ha enviado ni una lira a María, pero calla y agacha la cabeza cuando los vecinos murmuran a su paso que su marido se refocila con la otra.

Mientras, el Lautaro se desloma en Nueva York para ahorrar el pasaje de la María. Se emplea en los muelles como porteador, y se le pasan los días cargando pesados sacos. Desde la distancia, el Lautaro sueña con llevar a María de paseo por Manhattan, y se sonríe a sí mismo imaginando la cara de sorpresa de ella ante los descomunales rascacielos.

Los familiares del pueblo de Lautaro no le escriben contándole los amores de su esposa con el alcalde, como no saben escribir habrían de pedirle el favor a la mujer del alcalde. Por ello, Lautaro soporta feliz su triste vida por los muelles de Nueva York.

Año y medio después de embarcarse para América, a costa de sus espaldas Lautaro reune el dinero para el billete de María y lo gira a Sicilia. La mujer del alcalde recibe en la oficina de correos la carta dirigida a María con el billete de tercera clase en el "Garibaldi", que realiza la travesía de Palermo a Nueva York. La pobre maestra suspira aliviada ante la expectativa de recobrar su vida y su dignidad. Se acabarían los devaneos de su marido con esa infeliz.

Al llegar la Navidad, el porteador Lautaro acude con impaciencia al puerto de Manhattan a esperar a su querida María. Le ha comprado un par de medias de seda y un sombrero. Un oficial le confirma que el "Garibaldi" ya ha atracado en la Isla Ellis, y que los pasajeros han de someterse a las rutinarias inspecciones, proceso que conlleva un par de días. El joven Lautaro se marcha, entonces, para regresar al día siguiente.

Las últimas horas de espera se le antojan interminables. Al caer la tarde, Lautaro divisa el barco que remolca a los pasajeros de tercera de la Isla Ellis a Manhattan. El barco atraca ante la expectación general de los que esperan. Todos se agolpan frente a la pasarela, ya desembarcan los familiares o amigos. Lautaro comienza a llorar como una Macarena. Entre la algarabía reinante distingue un rostro familiar que desciende por la pasarela. Se trata de la esposa del alcalde su pueblo... ¡Señora Maestra! ¡Señora Maestra! ¡Soy Lautaro, el del pueblo! ¿No me reconoce?

La maestra, muerta de frío y extenuada por la larga travesía, corre a echarse en brazos del porteador. La pobre necesita un poco de calor humano.... Maestra ¿sabe si mi María viaja en este barco? La maestra le mira con pena... No, Lautaro, no viene en este. Tal vez en el siguiente...

Lautaro y la maestra se despidieron en el puerto. Ella se perdió en la ciudad para olvidar su pasado, mientras que él regresó al puerto durante años cada vez que arribaba el "Garibaldi", preguntándose por qué su María no constestaba sus misivas, sin reparar en que allá lejos, en su pueblo siciliano, faltaba la que leía y escribía, la misma que un día huyó con lo puesto Dios sabe dónde, mientras la otra paría un hijo del alcalde.

Un abrazo

viernes, 3 de junio de 2011

Adela

Estimado amigo:

Toda la vida viviendo un sueño hasta que un día el sueño se torna en pesadilla. El día que se despidió para siempre del único amor de su vida, apenas cumplidos veinteaños, en plena flor de la vida... Adiós, flaco... mientras los soldados se lo llevaban casi en volandas, como a un criminal. El flaco jamás cometió delito alguno, más allá de osar soñar con un mundo mejor. El flaco se declaraba utópico, y los utópicos representan la mayor de las amenazas para los dictadores. Así que ¡Adiós flaco!

Para cuando el flaco desapareció para no volver nunca más, ya había sembrado su simiente en el seno de Adela, Adelita, como el flaco la llamaba. Adelita parió meses después, muy sola solica, desheredada de su familia y escondida como un perro. Los soldados la acechaban y los soldados la descubrieron, arrebatándole el fruto de sus entrañas: el flaquito que era clavadico al flaco, como dos gotas de agua.

Al desmoronarse la dictadura, la amnistía excarceló a Adela, que muy sola solica hubo de comenzar a vivir de nuevo. Pocos años de prisión desmejoran a cualquiera, más todavía si el único crimen para acabar a la sombra es haberse enamorado de un utópico.

¡Un utópico! Si ya se lo advertía la mamá del flaco... Hijo mío ¡qué desgracia tan amarga! ¡Utópico! Como si hubieras nacido muerto... ¿No ves cómo acaban los utópicos? Mira a Jesucristo, a Gandhi, a Martin Luther King, ... ¡Qué desgracia vivir con el alma en vilo por un utópico!

Al abandonar la prisión, Adela anhelaba volver a recuperar a Adelita. Que la voz del flaco no clamaría ya jamás ¡Libertad! ¡Justicia! ... ¡Te quiero Adelita! Ya lo sabía. ¿Pero y la voz del flaquito?

Desde entonces se aferró a la esperanza de recuperar a su flaquito, único sueño que la rescataba de las pesadillas. Un sórdido arrabal del gran Buenos Aires, un departamento ruinoso desde el que, muy de vez en cuando, se escuchaba algún tiroteo... Un laboro en una cantina de batalla, siempre blanco de las groserías de los tipejos sin moral... Adela soportó todo aquello, día a día, ahorrando cada peso con la ilusión puesta en recuperar a su flaquito...

Pasaron los años... Diez, veinte años... Los ahorritos de Adela se evaporaron un día cualquiera, un día de verano, cuando los "demócratas" que gobernaban la Argentina desde el fin de la dictadura anunciaron que el país había caído en bancarrota. A Adela no le importó demasiado todo aquello del Corralito, pues aquel mismo día de verano le entregaron el expediente donde figuraba a qué familia los militares habían entregado en adopción al flaquito.

Con las manicas temblando buscó el nombre en la guía telefónica... ¡y las señas! Tomó un autobús, luego otro y otro. Abandonó los arrabales y se adentró a pie en un barrio de elegantes mansiones. Caminó varias cuadras, cruzándose con vecinos que se la quedaban mirando... ¡Qué buscará esta pendeja por acá! Adela iba absorta imaginando al hombre de veinte años que pronto abrazaría. ¡Su hijo, su flaquito!

Un coche deportivo frenó chirriando las gomas en el asfalto... A Adela le dió un vuelco el corazón. Tan ensimismada andaba que no reparó en que cruzaba una calle con el semáforo en verde... O no, espera, ¡si el semáforo luce en rojo, otorgando el derechode paso a los peatones!

El coche aceleró saltándose el semáforo. Un muchacho asomó la cabeza por la ventanilla y le gritó ¡Andáte con cuidado, bruja! ¡Volvéte a tu barrio! Un muchacho clavadico al flaco, como dos gotas de agua...

Un abrazo

domingo, 29 de mayo de 2011

Sueño Americano



Querido amigo:

Corrían los primeros años del siglo XX. Por aquel entonces yo trabajaba en una factoría de calzado del sureste de Manhattan. Cierto día se presentó un joven de unos veinte años, recién llegado a Nueva York. Un muchacho que había huido con su esposa de las matanzas que el zar ruso ordenaba contra los judíos. Una historia más en una ciudad a la cuál desembarcaban cada día miles de almas sin pasado, en busca de un futuro incierto.


El gerente, el señor Smith, admitió al ruso Samuel en la factoría y lo puso a curtir la piel con la que confeccionábamos los zapatos. ¡Qué más podía hacer un tipo que ni siquiera hablaba una palabra de inglés!


Al cabo de un tiempo, el joven trataba con todos los muchachos de la factoría, haciéndose entender con pocas palabras y muchos gestos. Nunca nos contó nada de qué vida había llevado hasta llegar a Nueva York. Alguien le preguntó una vez de qué parte de Rusia procedía, pero Samuel respondió que había nacido en la campiña y que había trabajado en muchos lugares.



Como muchos exiliados judíos, el joven ruso se sentía culpable por haber huido de su país, como un vulgar prófugo. Samuel anhelaba ante todo convertirse en ciudadano americano, y hasta conseguirlo, recelaba de todo aquello que tuviera relación alguna con Rusia, quizás temiendo que le denunciasen y le deportasen de nuevo ante el zar, donde habría de pagar su deslealtad ante la justicia. Por ello, Samuel se consagraba en cuerpo y alma al trabajo y a aprender el inglés, negándose a hablar ruso incluso en el seno de su propia familia. Ese era su sueño americano.


La única familia de Samuel en América era su bella esposa, quien había encontrado trabajo en una sastrería situada a un par de manzanas de nuestra factoría de calzado. Al término de la jornada, la muchacha le aguardaba en la puerta, por lo que todos pudimos maravillarnos con aquella exótica beldad de dorados rizos y azul e intensa mirada.


Luego les perdí la pista. Abandoné la factoría de calzado para emplearme en la construcción de un gran rascacielos, trabajo mucho mejor remunerado. Sustituí las hormas por el hormigón y los clavos por las vigas de acero.


Ha pasado ya el tiempo y acabamos de inaugurar el rascacielos en pleno corazón de Manhattan. Las obras han durado cerca de dos años, concentrando los esfuerzos de obreros de los más diversos orígenes. Una especie de torre de Babel en la que no resultaba fácil entenderse. Italianos, polacos, rusos, irlandeses, asiáticos, .... cada uno con su lengua y sus costumbres, compartiendo andamio a varios pies de altura. Con todo, el magnate ha estrenado hoy su flamante despacho en la última planta de su torre, y nos ha pagado un sueldo extraordinario por redoblar nuestros esfuerzos durante el último mes.


Al volver a mi casa en Brooklyn, me he topado con un viejo camarada de la factoría de calzado. Samuel y su esposa iban paseando por la acera de enfrente. Él vestía un traje muy elegante, con sombrero de paño y corbata. Llevaba a un bebé en brazos. Ella le seguía a dos pasos de distancia.


Doy gracias a Dios de que no me vieran, pues hubiera sido incapaz de disimular la impresión que me provocó la visión de aquella mujer, otrora una muñeca preciosa, hoy desmejorada y marchita como un trapo viejo, al lado de su marido, orgulloso y altivo.


Había oído contar que Samuel había medrado en la factoría de calzado hasta el punto de convertirse en el gerente, sustituyendo al señor Smith. Sin duda se había cumplido su sueño americano, si bien ese mozo de misterioso pasado cuyos ojos se escapan detrás de cada falda que se cruza por su camino parece olvidar que todo sueño tiene un precio, y que a dos pasos de él pasea su tristeza el alma que vendió a cambio de la gerencia de una factoría de calzado de Manhattan.


Un abrazo